
Vacaciones. ¿Y? Campamentos, convivencias y cursos impagables de inglés of course para los hijos. Felicidades chicos, dejadnos un poco de respiro. Os queremos, pero iros unos días, ya veréis qué bonito, una maravilla. El curso ha sido de órdago. Iros, iros… ¡Qué tranquilidad, qué repentino sosiego! O se piensa en cruceros, o en ir a Nueva York, Boston, Sidney o Praga. O mejor a la Patagonia o a los fiordos noruegos o al Himalaya. Convengamos en que los sueños no tienen presupuesto. Por lo tanto unos días en Roma, para rematar en Escocia o en una casita de la campiña inglesa parecida a la de C. S. Lewis en la película Tierras de penumbra. Es una opción que no deja de tener su interés. O a Puerto Rico, y ser “el contemplado” de Salinas, o seguir los versos de Juan Ramón. Y a la semana dar el salto a Canadá, para caminar entre sus inmensos bosques y aprender un poco de modestia. No me disgustaría ir a unas cuantas bibliotecas del mundo. Y librerías. Prometo no abusar. ¡Pero si son sueños! Pues claro que abuso, faltaría más, y gasto lo que sea en preciosas ediciones, postales, abrecartas o separadores. Hace tiempo que pienso en una casa a la orilla de un océano donde poder fijarme hasta en el menor detalle de las olas. No hay otra en veinte kilómetros a la redonda. La casa es de una planta, pero es grande, y está cercada por una elemental cerca de madera blanca. Suficiente. El propietario la tiene llena de libros y aparejos de pesca. Paseos, lectura, y seguir el vuelo de las gaviotas y cormoranes; y fijarse con precisión en la luz… ¡Cuántos paisajes quedan por ver en el alma! Nada de hoteles o conglomerados de lujo. Lo esencial: ella y yo, y un lugar apacible. El cielo es el mismo para todos, y esa luz, y esas nubes. Y unas bicicletas de colores. El mundo está lleno de ventanas, de balcones y terrazas donde asomarse a lo imprevisto de un poco de belleza o a la noche que alberga las estrellas. Vacaciones: sueños de niño, conchas marinas y la cerveza fría en la piscina con unas patatas fritas. Y cuando pasan los años no dejas de bucear en los recuerdos, plagados de cosas sencillas. Los abuelos, el frontón, los rosales, la lectura de los mosqueteros, las moscas, las campanas, y el desván donde cabía todo lo que soñabas. Y a lo que te das cuenta ya han vuelto los hijos y te despiertas.
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