martes, 27 de enero de 2009

Don Carlos González García-Mier

FRANCISCO FDEZ. GARCÍA-FIGUERAS

HACE cuarenta años, el 25 de febrero de 1969, se celebró la recepción como académico de número de la jerezana de San Dionisio de este sacerdote jerezano, licenciado en Económicas por la Complutense, y entregado a una obra pastoral tan diversa que en plena juventud ya había dado buena cuenta de sus inquietudes sociales e intelectuales.

En una época nada fácil para enfrentarse abiertamente a determinados problemas sociales y políticos, cuando se iniciaba el llamado primer Plan de Desarrollo, don Carlos quiso recodar en su discurso de ingreso que el hombre era el factor principal del desarrollo, y lo decía sin cortapisas ni ambages, de una parte tocado de la mano de Dios y, de otra, inmerso en un conocimiento del ser humano. Nos adelantaba algo que iba a ser siempre el norte de su vida: hay que emplearse a fondo, pero fundamentalmente dándose a los demás, con una generosidad que en él tenía un nombre, Nuestro Señor Jesucristo.

Todos conocemos su implicación en el Movimiento Scout, pero no podemos olvidarnos de su trabajo en asociaciones obreras, fundando y dirigiendo cooperativas de viviendas y formando parte de la Junta de Protección de Menores, así como su capellanía en el Hogar del Auxilio Social.

Decía el académico que hoy recordamos, apoyándose en el pensamiento de Xavier Zubiri, que para adentrarse en las declaraciones de los Derechos Humanos no sólo nos basta la filosofía y la teología sino que hay que colocar en primer plano el problema de la persona, problema capital del pensamiento actual.

Todo el discurso, valiente exposición en tiempos difíciles, estuvo lleno de reflexiones y preguntas. Exponía que dentro de las limitaciones que por su propia naturaleza física al hombre le corresponden, está su libertad y su intelectualidad. En cuanto intelectual y libre, es espíritu. Por tanto, toda la carga axiológica de la persona, su dignidad metafísica, le viene dada de eso, de su ser espiritual, consciente y libre.

Hoy quiero, don Carlos, de nuevo recodar aquella profundísima lección en la que pedía que los poderes públicos debían alinearse con el bien común; que se debe reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover todo cuanto lleve a lograr satisfacer los derechos de la persona humana. La bibliografía del trabajo académico fue tan copiosa que sería inútil esbozarla en estas líneas: Maritain, Delaye, Fromm, Naville, Monier, Baruck, y la doctrina de la Iglesia extraída de las aportaciones entonces recientes de Pío XII y Juan XXIII.

Reflexionaba también sobre la nueva sociedad ante el desarrollo económico, problema tan recurrente y que en los momentos actuales nos hace ver de nuevo cómo las programaciones económicas se olvidan de la dimensión social del hombre y se despreocupan de los sufrimientos que acarrean.

Pero esta noche la Real Academia de San Dionisio no quiere olvidars de otras facetas tan importantes en su existencia como es su vida pastoral, tan cumplida en bodas de oro sacerdotales, y sus cerca de treinta años al frente de la parroquia de los Cuatro Evangelistas, punto de encuentro de tantas asociaciones religiosas.

Por eso, Ignacio García Pomar, desde la Junta Parroquial, y José Manuel Sánchez-Romero Martín-Arroyo, desde la dirección del Instituto Superior de Ciencias Religiosas "Asidonense", me acompañarán hoy martes, a partir de las ocho y media de la tarde en nuestra sede social, en el ofrecimiento de este homenaje a don Carlos, el cura Carlos, como tan cariñosamente le llama Jerez. Os esperamos.

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