La viña tenía olores de salinas, vientos de fiesta grande y presencia de hombres y mujeres: los vendimiadores y pisadores eran los verdaderos protagonistas del nacimiento del nuevo vino.Primera página del reportaje de la vendimia que evoca Juan de la Plata, publicado en "El Español", de Madrid, en octubre de 1953. Hace ahora 55 años.
La vida está hecha de casualidades, engarzadas unas con otras, a través de los años de una larga y azarosa vida periodística, en la que hubo de todo y uno se pateó Jerez de punta a rabo, atravesando su callejero, de norte a sur y de este a oeste, en busca de la noticia, y del reportaje, y teniendo también ocasión de salir al campo, a los cortijos, a los cerraos de fieros toros bravos y a las viñas y sus almijares, para conocer y vivir la vendimia "in situ". Y así fue como la Fiesta de la Vendimia de 1953 me llevó hasta una viña del pago de Balbaína, la de "Los Beatos", en la carretera de Sanlúcar, a donde quise ir para contar a mis lectores qué y cómo era una vendimia de verdad; mi vendimia; la que yo quería ver y vivir de cerca. Aunque uno, a sus 21 años recién cumplidos, no llevara navaja ni tijeras para cortar la uva, sino únicamente pluma y papel para escribir todo lo que los ojos fueran viendo, para luego pasarlo al papel impreso. Un reportaje, vivido por mi, como experiencia insólita, en una hermosa viña, en plena faena de recolección; con multitud de vendimiadoras y vendimiadores a mi alrededor, rebuscando entre liños las mejores vides; aquellas generosas cepas que les ofrecían los apretados racimos para cortar y llevarlos hasta el lagar, donde se convertirían en el más rico fruto de esta bendita tierra. "Fruto de la vid y del trabajo del hombre" como dice la liturgia de la misa.
Y digo que la vida está hecha de casualidades, porque ordenando mis papeles encuentro aquel reportaje que yo escribí, en la vendimia de 1953 y luego publiqué en el número 253 del semanario gráfico madrileño "El Español", de tirada nacional, correspondiente a la semana del 4 al 10 de octubre de aquel año, en cuya primera plana se recogía la firma del convenio de España con EE UU, hecho político protagonizado por el ministro de Exteriores Martín Artajo y el embajador USA, Mr. Dunn. Trascendentales acuerdos de defensa y ayuda económica, que darían paso a la construcción, en nuestra patria, de diversas bases de utilización conjunta hispano-norteamericana, entre ellas la de Rota.
Y releyendo mi reportaje, compruebo que fue el primero y el único, hasta ahora que yo sepa, que cuenta in situ las faenas de vendimia en una viña de Jerez. Y, compruebo también, repasando el semanario, que en él aparece una completa y genial entrevista al mítico torero Juan Belmonte, escrita por un querido periodista paisano y más tarde entrañable amigo, el inolvidable maestro del periodismo andaluz de la segunda mitad del siglo XX, Francisco Montero Galvache. Una entrevista cuyo principal titular ponía en boca de Belmonte: "El torero no tiene más que dos caminos: la gloria o la muerte" y, en el texto, vuelvo a leer que el diestro no era de Triana, como siempre se dijo, sino gaditano de Prado del Rey. "Y mi abuelo y su mujer se llamaron Juan y Ana: sierra pura; él, de Algodonales, y ella, de Bornos"; confirmaba el maestro. Curiosa coincidencia esta, también, de escribir Montero Galvache y yo, cuando aún no nos conocíamos, en el mismo número de una revista de Madrid. Y ahora, al releer mi trabajo, recuerdo y evoco, en todos sus detalles, como si los volviera a vivir, una vez más, aquella vendimia del 53 que yo viví por un día, en plena viña, conociéndola, sintiéndola, gozándola intensamente en toda su plenitud. Precisamente, ahora que, en esta vendimia de 2008, las cancelas de muchas viñas se abren para que los jerezanos puedan también conocerla y vivirla, por unas horas, como yo la conocí, hace exactamente cincuenta y cinco años; con lo cual me considero un adelantado a mi tiempo; si bien yo fui a la viña como periodista; no como simple curioso."Enviado especial", decía debajo de mi firma, cuando publiqué aquella singular experiencia en "El Español", de Madrid, ilustrado mi trabajo con siete magnificas fotografías de los maestros del periodismo gráfico jerezano, Manuel y Eduardo Pereiras.
Pero de lo que sí me siento muy orgulloso es de haber sido el único periodista, hasta ahora, que ha publicado un reportaje de tales características, sobre dicha materia, vivida "en tiempo real", como se dice ahora, en un periódico de tirada nacional, con motivo de nuestra Fiesta de la Vendimia. Reportaje que luego reproduje en la prensa local. Su originalidad radicaba en que era algo vivido por mí, en la propia viña, no contado de lejos, sin tener ni idea de cómo es la verdadera vendimia; sino viéndola, en su sitio, y hablando con la gente, con los vendimiadores, con los auténticos protagonistas de la fiesta; esa de la que el hombre de Jerez, como decía en uno de mis titulares, "sigue siendo el personaje principal de la faena".
Y esa fue, que no otra, mi verdadera intención, al hacer aquel reportaje: la de llevar a mis lectores el pulso de los hombres y mujeres que vendimiaban en una viña jerezana cualquiera, aquella vendimia de 1953; conversando con ellos y narrando sus vivencias; contando cómo cada uno de ellos conseguía llenar, diariamente, alrededor de unas sesenta canastas de aquellas de varetas de olivo, que se usaban entonces; que luego eran llevadas en angarillas, sobre mulas o borricos, hasta los redores dispuestos para el soleo, en el almijar de la viña. Y allí hablé, también, con los pisadores, porque la pisa aún se hacía en el propio lagar de la viña. Y recuerdo a uno, el más antiguo, al que le decían "El Moño", que llevaba veinticinco años pisando uva y era, en su trabajo, todo un maestro. La pisa duraba casi todo el día y parte de la noche. Las diferentes operaciones me las explicaba así aquel hombre de pies ágiles, para cuyo trabajo, que llevaban a cabo en cuadrillas de cuatro, sólo necesitaba calzar zapatos con clavos y un par de alpargatas: "Una vez bien triturada, la uva pasa al husillo, donde se le hace 'el pie' con la esterilla; luego se 'desfarata' y, quitados los palillos, se la vuelve a hacer otro 'pie'. Realizado éste se pasa a los capachos para meterla en la prensa y sacarla el último jugo que le quede. El primer mosto que salta por la piquera es el bueno, el que llamamos 'de yema' y que sirve para hacer el vino de calidad. El que sale de la prensa, que pasa a otra vasija distinta, es el que se usa para el vino denominado 'raya' y para otros de inferior clase".
Otro pisador me informa que la primera fermentación del mosto, la que llaman 'tumultuosa', dura una semana y después viene la fermentación lenta que dura varios años. "De esta forma el vino - me cuentan -se enriquece en éteres y aldehidos, que le dan su carácter propio". Y hablamos de las diferentes clases de vinos que da la uva jerezana: el fino; el amontillado que tiene más cuerpo; el 'raya' y el oloroso, que son dos clases de 'vino hecho'. El 'raya' es más gordo, más basto y de menos calidad. El oloroso es más limpio, de penetrante olor y de elevada clase. "Es - me dice otro - como el marqués o el conde de los vinos jerezanos. Un aristócrata, señor, un aristócrata"… Y otro pisador me dice que el vino no se conoce por el color, sino por el olor.
Cuando vuelvo a la ciudad, al anochecer, después de un día completo en la viña, lo hago en un camión cargado de botas de mosto. Vamos dejando atrás los viñedos que bordean las carreteras de Sanlúcar y de Trebujena, mientras que los hombres que me acompañan siguen hablando de uva y de vino. Y a mi última pregunta: "¿Cuántas canastas hacen falta para llenar una bota de mosto?", me contestan al unísono: "Usando buena uva, unas sesenta; que vienen a pesar, neto, alrededor de 690 kilos, en total".
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